Antes de nada, conviene saber que no soy maestra, nunca he dado clases y nunca creí tener vocación de ello, lo que no impidió que en el seno de mi familia la enseñanza estuviera muy presente al ser mi padre y mi hermano maestros y por alguna casualidad de la vida muchos de mis amigos son maestros (ellas, sobre todo). Nunca me sentí con vocación para desempeñar un trabajo de esa responsabilidad. Lo que siempre he sido, y sigo siendo, es alumna, me encanta aprender y de lo que siempre he estado segura es de lo necesario de una buena educación para establecer la diferencia entre una buena vida o una vida normal. Por tanto, en este trabajo quiero resaltar la importancia de las primeras etapas en la enseñanza, lo imprescindibles que son para el futuro y las muchas diferencias que existen entre las personas para conseguirlas.
Lo que sí tuve siempre claro y sigo teniéndolo (mí ya larga vida me ha permitido constatarlo y confirmarlo) es que la diferencia entre las personas no estriba en el dinero, estatus social, trabajos que puedan desempeñar, medios de vida y hábitos más o menos saludables, etc. sino en su formación, educación, conocimientos, en suma: instrucción.
Porque lo que es una evidencia, salvo desgraciadas excepciones, es que cuando uno está bien educado dispone de las herramientas necesarias para mejorar su vida y con ella su estatus social, conseguir mejor salario, acceder a mejores trabajos, tener mejores hábitos de vida que le mantendrán más sano, proporcionándole satisfacción personal, relaciones enriquecedoras, capacidad para entender el mundo que le rodea y encontrar su sitio en él, más recursos intelectuales y un largo etcétera.