Según cuenta la tradición, los Apóstoles de Jesús de Nazaret, tras su muerte y resurrección, marcharon a predicar sus enseñanzas por el mundo. Jacobo, el también llamado Santiago el Mayor, e hijo de Zebedeo y de Salomé, y hermano de Juan el Evangelista, llegó a Hispania donde permaneció durante algún tiempo. Los relatos más conocidos de su estancia: El Breviarium Apostolorum del siglo V; los Textos de San Isidoro del siglo VII y los del Beato de Liébana del siglo VIII, lo sitúan como evangelizador en distintos lugares de la Península Ibérica. Concretamente Zaragoza y Muxía fueron dos de los lugares en los que la Virgen María se le apareció a Santiago para reconfortarlo cuando su ánimo decaía.
Algún tiempo después, en el año 44 según los Hechos de los Apóstoles, regresó a Jerusalén donde fue apresado por orden de Herodes Agripa I, que ordenó su decapitación. La tradición narra que Santiago el Menor recogió la cabeza, cuya reliquia se conserva en la Catedral de Santiago en Jerusalén, y que el resto del cuerpo llegó hasta el puerto gallego de Iria Flavia donde sus discípulos Teodoro y Atanasio le dieron sepultura en un lugar denominado Arcis Marmaricis en el monte Libredon. Cuando en el siglo IX aparecieron unos restos cerca de aquel supuesto enterramiento, el obispo Teodomiro, guiado por una estrella llegó hasta allí y aseguró que aquellas reliquias pertenecían al apóstol Santiago. A partir de ese momento, el lugar fue conocido como: Compostela, que según la tradición significa Campo de Estrellas. Leer más →
Comprendo que, como hijo de José Mª Rodero, mi opinión sobre este trabajo está “un pelín” condicionada: que a los 25 años de su muerte aún alguien se acuerde de él es algo que te emociona, y la primera reacción es de agradecimiento. Pero quiero hacer notar que ese condicionamiento no es necesariamente solo positivo. Son muchas las ocasiones en que he tenido que aclarar errores en publicaciones sobre mis padres. Por ejemplo, afirmaciones no solo falsas sino incluso ofensivas vertidas sobre ellos en las memorias de Adolfo Marsillach (uno de los grandes amigos de mi padre) o de Alfredo Landa (a quien nunca conocí personalmente). Con los famosos ocurren estas cosas continuamente. Pero en este trabajo de Concha Pascual no he podido encontrar la más mínima referencia negativa. Doy fe de que todo lo que dice es cierto, aunque, en el original (que tuvo la gentileza de permitirme revisar) encontré dos o tres pequeños detalles inexactos (que no falsos) en lo referente a su vida privada (que no en la vida artística), cuya corrección le sugerí y ella incorporó inmediatamente. Considero, por tanto, que ha hecho un trabajo de investigación exhaustivo, tanto en hemerotecas como en contactos humanos y el resultado, en mi opinión, es sobresaliente. Creo que será muy difícil que alguien, en un posible futuro proyecto sobre este tema, pueda superarlo.
Magnífico trabajo que me ha permitido revivir muchas noches de Estudio1. Muy documentado, de fácil lectura nos acerca a la parte profesional y humana de este monstruo del teatro.
No he encontrado estudios sobre este magnífico actor.
Enhorabuena a la autora, irradia profesionalidad y un gran amor al teatro, reivindicando el lugar que debe ocupar este grande de la escena.